Es en América Latina y el Caribe que el embarazo en adolescentes ocupa el segundo lugar con 62 nacimientos por cada 1,000 niñas adolescentes entre 15 y 19 años y quienes por lo general viven en situación de carencia y con un limitado acceso a servicios sociales básicos, principales factores que perpetúan el círculo de la pobreza intergeneracional, especialmente el de las mujeres que habitan en comunidades pobres, poco instruidas y rurales.
Con la pandemia del COVID 19 la situación se agudizó con el confinamiento y con la interrupción de los servicios de salud sexual y reproductiva, generando desatención y desabastecimiento, lo que ha implicado una fuerte violación a su derecho a la salud, lo cual es preocupante por el impacto que tiene en la vida de las niñas y adolescentes, por la pérdida de sus oportunidades de desarrollo y por la profundización de la pobreza.
En ese contexto, dos factores clave para analizar el problema del embarazo en adolescentes son la cultura y la pobreza, ya que ejercen una influencia condicionante y determinante sobre los seres humanos y su conducta en especial a las mujeres, las niñas, generando un círculo que perpetúa esa situación.
Según la sociología contemporánea, la pobreza ha engendrado la cultura de la pobreza (Tinoco et al., 2017), con sus propias y particulares características. La vida de los pobres presenta mayor número de carencias que van más allá del puro disfrute de la asistencia del Estado y de la sociedad, ya que generalmente, los pobres enfrentan situaciones de pobreza espiritual que los margina de beneficios culturales, tales como la educación que no solo es saber leer y escribir, también se les margina de los placeres del arte, de un trabajo digno y de otras manifestaciones del espíritu que conllevan al regocijo y crecimiento de la persona humana, ese marginamiento también incluye también los aspectos relacionados en cómo se expresan la identidad de género y los derechos de hombres y mujeres en condición de pobreza.
En ese contexto de la cultura de la pobreza, el embarazo adolescente se ha visto, a la hora de ser estudiado, como una moneda de una sola cara. Esta posición corresponde a la mujer como actor central de este fenómeno social, lo cual procura una visión incompleta del problema, ya que la mujer es vista como el ser más afectado por las consecuencias de la maternidad tanto a nivel físico, durante el embarazo, como también por las múltiples responsabilidades posteriores que conlleva en el ámbito económico, social, psicológico.
Aunque el tema central de este corto artículo es el embarazo en adolescentes, se tiene que acotar –aunque de manera breve– la complejidad de este asunto. El embarazo lo integran dos elementos: hombre y mujer. No solo la mujer es participe del proceso de gestación, el hombre es también un elemento central y responsable en el destino posterior, tanto de la madre, como del hijo. Por tanto, esto obliga a ver la otra cara de la moneda, es decir, el rol que asume el hombre frente al embarazo y al hijo por nacer, en todo lo concerniente a la paternidad. Al examinar los orígenes de esta conducta irresponsable de muchos hombres frente a la paternidad, nos encontramos con el machismo, un elemento que culturalmente se impone a la hora de estudiar esta cuestión del embarazo adolescente.
En América Latina las cifras que muestran la situación del embarazo en adolescentes son alarmantes, siendo más frecuente en los sectores populares y de menos recursos que en ningún otro. El embarazo adolescente se ha convertido en parte de la cultura de la pobreza; se podría afirmar que es una característica del subdesarrollo latinoamericano y de otros países en vías de desarrollo.
La única posibilidad de exterminar la cultura de la pobreza es a través de programas de salud, educación y oportunidades integrales, inclusivos y efectivos que ubiquen a los pobres en el mundo moderno, que incidan en la prevención del embarazo en adolescentes, mediante estrategias de comunicación en las comunidades, que informen y promuevan los derechos sexuales y reproductivos, prevengan la violencia de género y estimulen al uso de métodos anticonceptivos eficientes y eficaces en hombres y mujeres adolescentes y jóvenes.
Lo anterior requiere de una profunda revisión de las leyes, las políticas públicas, los programas y estrategias nacionales de prevención del embarazo en adolescentes, para abordar la problemática desde sus dos caras masculina y femenina que tiene y en el contexto de desarraigar la cultura de la pobreza, para abrir la brecha hacia nuevas oportunidades para las niñas, adolescentes y jóvenes.
Dra. Sandra Álvarez, Abogada
Delegada de Honduras