Identidades juveniles y violencia social
Dina Krauskopf*
Podemos concordar que ser joven y visibilizarse como tal es, cada vez más, un factor de identidad en sí mismo. Sin embargo, grandes mayorías de adolescentes y jóvenes de la región son invisibilizados o estigmatizados como tales y, muchos, en lugar de una supuesta moratoria, enfrentan la premura psicosocial con la introducción precoz a roles y responsabilidades. Es así como la violencia social hace parte de la exclusión, que contribuye a un estado de amenaza o negación de derechos ciudadanos.
Las condiciones de la exclusión económica y cultural, la calidad del presente y la dinámica de la historia son factores determinantes en las trayectorias de vida y en la articulación de los procesos identitarios. La invisibilidad, la deprivación y la discriminación derivan en desesperanzas, resistencias y prácticas disruptivas que inciden en la dinámica de sus sociedades y desafían la construcción de necesarias convivencias.
La identidad es producto de la sociedad y al mismo tiempo el producto de la propia mirada y acción del individuo. Se expresa en la valoración subjetiva, la interacción social y las múltiples pertenencias que se realizan en los marcos sociales que determinan la posición de los sujetos-actores.
La conciencia que la persona adquiere sobre sí misma y como miembro de un grupo social, junto al sentido que brinda a sus experiencias, repercute en su propia determinación. No hay identidad personal que no sea también identidad social, ni identidades sociales que no tengan sus raíces en la elaboración subjetiva, simbólica e intersubjetiva de la identidad. La identidad es tanto un sentimiento de reconocimiento, pertenencia y diferenciación, como un trabajo de síntesis y organización que permite tener una vivencia básica de conexión interna que procura articular un sentido de vida y da sustento a la expresión de comportamientos y relaciones.
La identidad no es monolítica, pues es el producto de la interacción de distintos ejes identitarios que se articulan y cobran sentido dentro de contextos sociales específicos, por lo que la consideramos multicéntrica. Los ejes identitarios actúan como referentes de la identidad que se configuran flexiblemente en la definición sociopersonal de los individuos y los grupos en sus diversas prácticas. Por lo tanto, la identidad no es unívoca ni estática; la identidad social incluye lo político, lo cultural y lo social, etc. y está vinculada a un proceso histórico en constante evolución. Cuando uno de los ejes identitarios pasa a ser el referente totalizador del individuo, se produce una organización parcial rígida y continua, caso en el que consideramos apropiado hablar de identidades parciales. Los fundamentalismos pueden ser evidencia de ello.
Las pertenencias sociales han sido vulneradas, denigradas o denegadas a los adolescentes y jóvenes en exclusión socioceconómica, los pueblos indígenas y a los grupos que han sufrido la represión política, enfrentado las migraciones forzadas y las rupturas en los procesos de inclusión social. También, existe una expulsión menos ostensible, pero incuestionable: es la expresión más severa de la exclusión socioeconómica. La encontramos expresada en la ruta crítica de la violencia juvenil y comienza desde antes de nacer, en el ámbito material con la falta de techo, alimento, acceso y permanencia escolar.
Estas carencias favorecen estrategias de supervivencia y sociabilidad de adolescentes y jóvenes al margen del orden establecido que no los incorpora. La desesperanza contribuye a que en exclusión no sea una aspiración preservar la vida. En la cultura de muerte, se acortan las distancias entre vivir y morir para los jóvenes sicarios, los miembros de las maras, etc. para dar lugar a conductas de alto riesgo en la búsqueda de la gratificación e intensidad de los instantes.
Los desarraigos han llevado a asumir comportamientos y responsabilidades de adultos a los jóvenes desplazados y a los hijos de exiliados. La infancia en el exilio, al igual que los jovenes que sufren la expulsión socioeconómica, está sobrecargada de exigencias de adaptación y familiaridad con la muerte. Los adolescentes y jóvenes exiliados experimentan las dificultades propias de no sentirse pertenecientes a una sociedad, a un grupo que les permita la continuidad en su historia. No tienen el trampolín que brinda una inserción y pertenencia segura, lo que el nomadismo aventurero y digital sí puede utilizar. Lograr el arraigo se torna prioritario y complejo. Tanto en los desplazamientos, los exilios y el retorno se hace necesario resolver los vínculos en la elaboración de las identidades.
En las migraciones forzadas, los núcleos identitarios que se habían construido alrededor de las pertenencias se ven amenazados. De ahí que la elección de irse o quedarse implica la elección de qué duelo les es más posible hacer. En estos casos, al igual que en el de los jóvenes desplazados y los jóvenes indígenas se pueden producir fracturas identitarias. En las elaboraciones identitarias puede darse la negación de los orígenes en la búsqueda de una asimilación que facilite la incorporación social a los sectores hegemónicos.
La estigmatización, la denegación, la impunidad y la deprivación socioafectiva tienen profundas implicaciones en la construcción identitaria y la convivencia social. En la revisión efectuada encontramos que la inserción social, la pertenencia, la dimensión vincular, espacial y temporal, el orden de la legalidad, la ética y las experiencias del pasado son un ejes ineludibles para la elaboración de las identidades.
* Profesora Emérita de la Universidad de Costa Rica. Psicóloga Clínica. Investigadora en Adolescencia y Juventud. Consultora Internacional en Programas y Políticas de Juventud